julio 02, 2009

white

wandering pain
my mind aches
there is a noise
embracing my brain

the shine blinds
when grace comes out
now that it has gone
I need an alibi

tasting like rain
my soul slowly melts
a four letter ghost
speaks words of porcelain

my eyes suddenly open
staring at the stars
the body lies down and feels
as tears go by

mayo 04, 2009

Murakami


Admiro y respeto a muchos autores del mundo, sin embargo sólo tres me generan devoción y adicción.

Kieślowski fue el primero (1995), lo descubrí a través de Bleu en la cineteca, nunca había visto algo que, siendo tan bello y profundo fuera a su vez tan brutal, y que me llegara directo al alma haciéndome sentir a la vez sacudida y comprendida, en ese entonces no me explicaba el por qué, años después comprendí la causa de mi identificación con Julie (protagonista del film) y el por qué Bleu me sacudía de aquella manera a través de mi segundo autor (2005), Žižek, en uno de los primeros libros que de él leí, explica: “la vida se vuelve repulsiva cuando se desintegra la fantasía mediadora que nos separa de ella, y nos vemos directamente confrontados con lo Real; lo que Julie logra hacer al final de la película es justamente restituir su marco imaginario”, y concluye: “Azul (Bleu) no es pues, una película sobre el lento proceso de recuperación de la capacidad de enfrentarse a la realidad, de integrarse en la vida social, sino más bien una película sobre la construcción de una pantalla protectora entre el sujeto y lo Real en bruto” *. Es algo complicado para ponerlo en pocas palabras, lo que quiero dar a entender con el ejemplo es que me he sentido identificada y comprendida con y por estos autores, ha sido como decir: todo esto que yo tengo en la mente y siento en el alma, todo esto que me inquieta, me sacude, me incomoda, me cuestiona, me atormenta, ya ha sido pensado, sentido y puesto en palabras e imágenes por alguien más, y mientras más me acerco a ellos a través de sus obras más me conozco y comprendo a mi misma. En cierto sentido yo no he descubierto esas obras, son esas obras las que me han descubierto a mí.

El año pasado comencé a leer a mi tercer autor, Murakami. Compré TOKIO BLUES Norwegian Wood en la Gandhi de López Cotilla un domingo cualquiera en Guadalajara, era la edición costosa ya que la de bolsillo aún no se publicaba, buscaba algo nuevo a lo que estaba acostumbrada a leer y no me equivoqué en mi elección (cosa rara porque suelo equivocarme frecuentemente en todos los aspectos, ¡oh sí!). Para comenzar debo decir que leer a Murakami es delicioso, es un extraordinario narrador que con palabras te embebe en la historia, para cuando te das cuenta ya estás sumergido en ella, viendo y sintiendo lo que los personajes experimentan (es todo un viaje). Una vez que comencé con la lectura no pude parar, digo, no leí el libro de una vez, pero sólo lo abandonaba cuando los ojos se me cerraban de sueño, y para retomarlo al día siguiente como a eso de las 9:00PM, cuando mis obligaciones diarias así me lo permitían.

La narrativa mágica, la estructuración de las historias, la literatura referenciada, la música que la acompaña (quien haya leído a Murakami sabrá de lo que hablo) y las reflexiones que de todo ello hacen sus personajes, hacen que disfrute de las historias y me vea reflejada en ellas. Los personajes llegan a conclusiones similares a las que yo he llegado sobre diversos temas, aunque a veces ellos se me adelantan y cuando yo aún estoy divagando sobre cierta cuestión en mi mente, ellos me plantean la solución de una manera tan diáfana que me digo a mi misma: -ya decía yo, ‘los árboles me impedían ver el bosque’, metaforizar era lo que necesitaba, tal como dice Goethe: “ Todas las cosas de este mundo son una metáfora”-.

Una de las frases que recuerdo me hizo dibujar una sonrisa de satisfacción y empatía fue una observación que hizo Watanabe, personaje principal, mientras hablaba sobre la tragedia griega y sus autores: Eurípides, Esquilo y Sófocles, la frase era: “¡Sería tan cómodo que existiera un deus ex machina en el mundo real! ¿No le parece? Cuando alguien pensara: ¿Y ahora qué hago? ¡Estoy atrapado!, un dios bajaría deslizándose desde lo alto y lo resolvería todo. Nada podría ser más fácil.”

Ahora me encuentro leyendo Kafka en la orilla, me sorprendo a cada nuevo capítulo que inicio. Desde el primero una frase me golpeó: “Con lo vasto que es el mundo, a ti te corresponde un espacio minúsculo –y ya te parece bien que así sea-, pero éste no figura en ninguna parte”, y entonces lloré. Para cuando esto escribo he dejado la lectura en la página 181, aún me encuentro lejos de llegar a la mitad, el libro es voluminoso, 714 páginas, y me alegra que así sea, porque no quiero que se acabe... =)

En una de las lecturas que hace Kafka Tamura, protagonista de la novela, me descubre a Natsume Sōseki y su obra El minero, por lo que comenta de la historia (un estudiante universitario de Tokio por alguna razón comienza a trabajar en una mina en donde sufre experiencias muy duras y al final regresa al mundo exterior) me remite a Kontroll de Nimrod Antal, película húngara de la que escribí hace rato, pero también me remite a mi ciudad natal, Guanajuato, de vocación minera y con una orografía tan difícil para el tránsito que tenemos calles subterráneas para comunicarnos adecuadamente. Y entonces trazo paralelismos entre lo que dice Murakami, Antal y lo que me transmite mi ciudad con su configuración, después de todo, “todas las cosas de este mundo son una metáfora”, y es así que comprendo de donde viene mi profundidad y el por qué no puedo ser de otra manera, es así que comprendo la frase de Žižek en The pervert’s guide to cinema: “El abismo máximo no es el físico, sino el abismo ante la profundidad de otra persona”, entonces entiendo mi gravidez y el impacto que les genera a aquellos que no pueden ser otra cosa sino ligeros y volátiles, son leves y su levedad les resulta insoportable (¡Sí, cómo el título de la novela de Kundera!), pero no logran descubrirlo.

Volviendo a Murakami, después de hablar sobre El minero se dice que no es la mejor obra de Sōseki, pero que es esa imperfección lo que cautiva el corazón de las personas, “y una imperfección rebosante de calidad estimula la conciencia, mantiene alerta”, y entonces comienzan a hablar de la música de Schubert y sus intérpretes (Schubert es difícil de interpretar), y me encanta lo que concluye uno de los protagonistas sobre su música: “la música de Schubert es para desafiar las maneras y desgarrarse. Esta es la esencia del romanticismo, y la música de Schubert está, en este sentido, en la flor del romanticismo”.

Ahora me han entrado ganas de escuchar La Inconclusa (y me acuerdo de aquel post que escribí hace tiempo sobre una velada musical llena de metáforas) y de seguir leyendo a Murakami, que en estos días aciagos se ha convertido en una excelente compañía para mis tardes-noches.

Así mis autores favoritos, así mi relación con ellos, así la vida, así las cosas.



Ah, antes de terminar, sobre la epidemia diré que no he usado cubre-bocas y sigo mi vida normal, no me asusta enfermarme, no me asusta morir, recuerdo otra de las frases de Murakami en Tokio blues: “La muerte no se opone a la vida, la muerte está incluida en nuestra vida”. Y como dice mi amigo J. al concluir su último post que me parece genial: “viva la pandemia y espero no les quede huella de las cicatrices del cubrebocas, total si el mundo se ha de acabar no creo que nos avise”, J. es grande.



* Žižek, Slavoj; Lacrimae Rerum, Ensayos sobre cine moderno y ciberespacio, pp. 73 y 81.

abril 15, 2009

déjame entrar...



Låt den rätte komma in (Let the Right One In) - Déjame entrar

Hoy he visto “Låt den rätte komma in”, película sueca dirigida por Tomas Alfredson, con guión de John Ajvide Lindqvist. Conforme transcurría la película la temática me sorprendió, y lo que más me sorprendió fue que me gustase.

Más que una historia de vampiros “Låt den rätte komma in” es una historia sobre la soledad, sobre la oscuridad, sobre la tristeza, sobre el instinto, sobre la identificación, sobre la búsqueda interna, sobre la compresión, sobre la aceptación, pero sobre todo: sobre el amor, particularmente sobre el amor imposible por el que se hacen cosas inimaginables.

Corazones que se comunican en la noche a través de las paredes por clave morse, corazones que se buscan constantemente sin miedo de lo que puedan encontrar en el otro, corazones que huyen juntos en tren para lograr lo imposible. La historia de Oskar y Eli es entrañable, me confirma que los límites en el amor nos los imponemos nosotros mismos, y que sólo hace falta voluntad para hacer posible lo imposible.

Un aplauso para los suecos cuyo cine no dejo de admirar.


“Cuanto más crezco, menos soy. Cuando más me encuentro, más me pierdo. Cuanto más me defino, menos límites tengo.” Fernando Pessoa

febrero 12, 2009

epístola para mi compañero de cineteca...


Llego rayando al CineClub, pago mi boleto y me dispongo a ingresar, saludo a E. y le doy mi boleto, me dice: -ven-, me aparta de la fila y me reclama: -¿Por qué pagaste boleto? Tú nada más te pasas y ya-, -Está bien, es que no te vi, será para la próxima- le respondí yo, entro a la sala y me veo rodeada de gringos los tengo a un lado, atrás y adelante en grupos de tres (pareciera que después de conquistar San Miguel de Allende se han puesto el objetivo de hacerlo con Guanajuato, jiji), la película comienza y mi viaje interno también.

Aunque me encuentre rodeada de personas para mí soy sólo yo en la inmensidad de la sala y lo que el cinematógrafo proyecta en la pantalla, ahí puedo reír, llorar, concordar, disentir, alegrarme, entristecerme, excitarme, y a veces hasta aburrirme, es momento para la introspección, para la reflexión, pero también para la contemplación y el disfrute, cuando logro establecer una conexión con la historia, los personajes, las imágenes, el sonido y la visión del director, me estremezco, comienzo a vibrar al encontrarme en la misma frecuencia de aquello que presencio, es ahí cuando la película pasa a formar parte de mi vida, no todas lo logran, pero las que lo hacen se quedan ahí para siempre, esa es la magia del cine, me muestra otras maneras de percibir la realidad, me acerca a diferentes visiones y culturas, me confirma que, aunque en el fondo somos lo mismo, somos también poseedores de una diversidad tan excitante, tan vibrante y tan increíble como especie humana, que no dejo de sorprenderme ni de saciarme por conocer más de esa cosmogonía de la que todos somos parte y uno con el universo.

Sobre Las flores del cerezo (Kirschblüten – Hanami) de Doris Dörrie: me tocó, me conmovió, comprendí y celebré todas y cada una de las metáforas planteadas con maestría por la directora, sentí todo lo que vi en la pantalla como si lo estuviera viviendo, lloré mucho y con hondo sentimiento cuando la historia llegaba a su fin, fue entonces que sentí y entendí lo que me dijiste hoy, tus palabras me llegaron a la mente en la escena climax de la película: -quiero morir junto a ti-, y entonces te respondí en la oscuridad de la sala, llena de lágrimas y en silencio: -cuando muera será junto a ti-.

Gran película, algo tiene la Dörrie, me identifico con su forma de armar la historia para decir precisamente eso que desea, me gusta su narrativa, que no tanto su cinematografía, ésta no es deslumbrante ni cuidada pero ni falta que le hace. Le aplaudo de pie.

Al salir de la sala seguí llorando, me calmé al ver la luna llena en todo su esplendor: preciosa. Tomé algunas fotos nocturnas de la ciudad y volví a casa, me serví un vaso del vino blanco que me enviaste y que me encanta y me puse a escribirte mi experiencia en la sala de cine.

Te tengo conmigo, no te soltaré ni en la muerte.

febrero 09, 2009

tierna tristeza...

En este mundo constantemente veo barbaridades, injusticias, incongruencias, y desde hace un tiempo, al darme cuenta de tales destrozos, de sus justificaciones y objetivos, una sonrisa aparece en mi rostro, así, sin forzarlo, se muestra como un reflejo, no es que me alegre pero es que ya tampoco me indigno, empezaba a preocuparme, ¿Seré insensible? ¿Por qué sonrío ante el desastre? Lo pensé mucho, y entonces, hace unos días que escucho a Ikram Antaki en una grabación de una de sus intervenciones en Monitor en la cual abordaba la historia del Papado como Institución, y una de sus reflexiones finales fue la siguiente:

"...cuando estaba repasando la historia (de los Papas) me daba una tierna tristeza. Yo colaboro contigo desde hace diez años y repetimos cada semana que de la historia hay que aprender y tu lo dices y yo lo digo, y si los hombres aprendieran, y cuando miraba esta historia me di cuenta que la gran lección, la sabiduría de la historia no es esa, nos equivocamos tú y yo, no es llegar a aprender porque nunca se aprende, es llegar a lo que se llama la risa homérica, una risa que estalla y que mueve los cimientos de la tierra, la risa que los franceses llaman: “la cortesía de la desesperanza”, el hombre no aprende la historia aunque sepa historia y entonces uno tiene que tener una sonrisa triste y tierna, y sin embargo hay que amarlos."

Entonces al fin lo entendí, a través de esa reflexión tuve la explicación de mi particular sonrisa que habla, ahora lo sé, de mi tierna tristeza... (ahora comprendo qué es la sabiduría de la historia).