septiembre 15, 2006

de cierta liturgia profana...

El teatro como espacio, como recinto del acontecer artístico, la relación entre el artista y su público es el eje rector de su diseño arquitectónico, la interacción auditorio/escenario es la esencia del proyecto del teatro y ha estado sujeta a un continuo debate, el escenario es el foco de atención de la sala desde los diseños primigenios, pero recientemente se habla de que además del escenario se debería contar con zonas de interacción entre artista y público que volvieran prescindible la “caja negra”, inclusive existen artistas que no comulgan con la arquitectura teatral, el ideal de los directores es un espacio vacío y un presupuesto suficiente para rehacerlo en cada producción.

Pero el teatro incluye otro espacio que le sigue en importancia a la sala principal y que es motivo de este post: el foyer o vestíbulo de descanso, un amplio lugar de reunión que se procura sea agradable para el usuario, el foyer es el lugar de expectación e ilusión, el lugar que ayuda a la audiencia a disfrutar de la singularidad del hecho de ir al teatro. El del Teatro Juárez es un sueño estilístico, sin embargo tengo otro favorito más acorde con los tiempos y del que disfruto siempre que me es posible: el foyer del Auditorio del Estado en Guanajuato (A. Zabludovsky, Arq.). Cualquier lugar que se elija para degustarlo presenta una visual tan perfectamente arquitectónica que parece que se está observando una perspectiva interior de un proyecto previo a su construcción (suceso no extraño en arquitectura: proyectos en papel que simulan esa perfección pero que cuando devienen en realidad desmeritan), aquello es tan perfecto que parece un sueño, mi lugar favorito es el descanso de las escaleras que llevan al primer nivel, dicho descanso está delimitado por las escaleras y por un gran vano cubierto de cristal que permite una vista privilegiada de la orografía local, naturaleza por un lado, y arquitectura por el otro: cerros verdes de múltiples formas contrastan con muros curvos de granito de mármol cincelado, hay uno en especial que si pudiera lo pediría para llevar, se sitúa en la planta baja frente al gran vano cubierto de cristal, en él se observa un gran mural policromado hecho a base de mosaico veneciano de colores vibrantes que representa lo que se apreciaría del otro lado de no existir el muro: una hilera de butacas llenas de personas dando la espalda, mirando al escenario y ovacionando lo que observan.

El teatro es un espacio para degustar el arte escénico y musical, pero también es un espacio para la ilusión, para la expectación, para el comentario previo, intermedio y posterior a la función, para tomar un café, para degustar una copa de vino, para fumar un cigarrillo, para encontrarnos con nuestros congéneres y observar sus diferentes actitudes: el fan, el intelectual, el experto, el neófito, el pretencioso, el ignorante, el que siempre asiste, el interesante de mirada esquiva, el que disfruta del arte sin más pretensiones, el que va para ver, el que va para ser visto, el ignorante que se las da de sabio y se delata en el tercer comentario, el que no sabe que hace ahí, el amigo futuro que aún no conoces, etc. etc. etc. En esencia somos lo mismo pero somos diferentes, ahí es donde reside la genialidad y el misterio de nuestra condición humana, esa que es analizada incansablemente por el arte de múltiples formas y que se nos presenta a manera de espejo sobre un escenario, ya lo dijo Shaw, "los espejos se emplean para verse la cara; el arte para verse el alma", es por ello que cada quien tiene su propia percepción y elabora su propio epílogo personal al final de la función; somos poseedores de una diversidad tan excitante, vibrante e increíble como especie, que no dejo de sorprenderme ni de saciarme por conocer más de esa cosmogonía de la que todos somos parte y uno con el universo, tanto dentro de la sala de teatro como fuera de ella: en el foyer, ese lugar especial e imprescindible para el goce de quien disfruta de esa liturgia profana que implica el hecho de ir al teatro.

El viernes estuve en ese espacio pensado por Zabludovsky, asistí a escuchar la Sinfonía El Señor de los Anillos de H. Shore en su estreno para Latinoamérica, pero esa es parte de otra experiencia sensorial menos arquitectónica y más musical, y con cierto encuentro fortuito que movió algo que creía muerto.

4 comentarios:

Alberto Espejel Sánchez dijo...

ah, por eso te quiero en STRAWBERRY

¡¡¡algo así, algo así para STRAW!!!

Robert Blues dijo...

Sí, yo se que no publicas post "bajo pedido", pero ¿podrías hablar sobre la doble vida de Veronica? ¿o sobre azul?

Tiene poco que tuve oportunidad de verlas, y aunque me encantaron, confieso que todo el tiempo sentí que se me escapaba algo.

Ojalá pudieras comentar algo sobre ellas, y así tener otro punto de vista.

El teatro siempre es mágico, mi vocabulario es limitado, pero no encuentro una palabra más adecuada para describir lo que ese lugar puede llegar a ser. Tanto previo a la función, como la intimidad de la obra en si misma. Sé que son muy distintas, pero aunque adoro el cine (y su olor a palomitas de maíz), las sensaciones en el teatro siempre me parecen mucho más intensas.

Un saludo.

jAz dijo...

¡Gracias Alberto!

Hola Robert, definitivamente Kieslowski no es fácil, pero yo creo que no es cuestión de entender, sino de sentir, de buscar, de verse reflejado, identificado, conflictuado y cuestionado con lo que se proyecta en la pantalla, eso es lo que admiro de Kieslowski y por ello es uno de mis héroes. Encontrarle sentido a un film a veces no es fácil y requiere tiempo (y algunas otras ¡no es necesario hacerlo!), pero el impacto que causa en nosotros como espectadores es lo que nos mueve a tratar de encontrárselo, veo que para tí como para mí el cine no es sólo entretenimiento, saludos!

Robert Blues dijo...

¡Muchas gracias por los comentarios!

Entre a leer el post que tenías sobre la trilogía de azul-blanco-rojo, aunque decidí leer sólo la parte correspondiente a la primera película (y es que las otras dos todavía no las he visto).
Sabía que el tener otro punto de vista enriquecería mi comprensión de la historia, sobre todo cuando has entrado a tal nivel de análisis. Coincido contigo en que al final Julie encuentra la libertad que, quizá sin haberlo notado, había abandonado. No sólo para amar, que ya es algo fundamental, sino para expresarse a través de la música (aunque quizá esto sea una consecuencia de lo anterior).

No sabía, además, que en Rojo podría ver lo que sucede con Julie. Estoy impaciente por saberlo.

Me despido, y una vez más, gracias por todo.

PD. El artículo de "Corre Lola corre" lo voy a imprimir para leerlo, sinceramente no puedo acostumbrarme a leer más de dos páginas frente a un monitor :D