enero 02, 2006

tobi-ishi: ritmar los pasos, señalar el camino...

Un nuevo año con 364 días sin estrenar, es como recibir una cuaderno en blanco en el cual no se sabe que escribir: el rumbo de mi vida en estos momentos es tan incierto, pero eso no me disgusta. Pendientes, búsquedas y deseos que cumplir. ¿Cuándo? A veces ese factor no depende enteramente de mí, aunque sé que tengo el compromiso, tanto de poner lo que de mí dependa cuando la situación se presente (si es que se presenta), como de aceptar y asimilar un resultado diferente al que espero (en caso de que así suceda).

Momentos de incertidumbre, de buscar algo sin saber las posibilidades de hallarlo, tiempo de relecturas, ahí están los tobi-ishi de Jean-Louis Giovannoni que siempre reconfortan:

PASO JAPONÉS

No se puede escribir más que perdiendo
el cuerpo de lo que se nombra.

Nuestra mirada, nuestras palabras son exactamente
lo que hay que quitarle a las cosas
para que aparezcan.

No hay más tierra que aquella que dejamos
a cada instante.

Andamos
porque algo nos llama
en el espacio.

Vivir acaso no consiste
sino en quitarle a imágenes, palabras,
lo denso del olvido.

En nuestros dichos, en nuestras palabras
gana el vacío su desposeimiento.

Hablas y escribes para que las cosas
dejen de coincidir consigo mismas.


Uno no escribe para dar a las cosas un
lugar: escribe para hacer lugar;
para que nunca llegue el árbol en
su nombre y en aquello que la designa calle
la piedra.

Hasta lo impronunciable necesita una orilla,
una piel.
Hasta lo impronunciable necesita palabras.


El nombre de las cosas nos deja vislumbrar
lo que podría ser un mundo desprendido
de sí mismo.

Escribir es darle agua a una fuente
para que descubra su sed.

Escribir es llamar, sobre todo llamar
para que nadie venga.

Todo conforme a su distancia.

Una forma sólo nace
con la clausura de otra.

La mirada del otro, eso sabes al menos,
te detiene, te impide caer fuera de ti.


Hablas, escribes para no perder
pie, para mantenerte a la distancia
de toda cosa.


Las palabras contienen el mundo para que
no se reviente, para que siga en su lugar.

Es un crimen querer exigir el silencio
dentro de sí: ¿quién hablaría
por todo lo que calla?

Se trata casi más de respirar
que de escribir.

Hablas para que en el fondo de tus palabras
se deposite lo que no debes pronunciar.

Las cosas toman la forma
de su silencio.

Cómo escribir aún cuando se sabe
que no hay palabra que contenga el cuerpo
de lo que nombra.


El cierre de las cosas es un sitio
del que puede partirse, comenzar.

Escribir para leer la propia voz
en la voz de otros.

Simple y sencillamente bordear el mundo.

Lo que no puedes pronunciar en una
cosa es precisamente lo que forma
su cuerpo.

Escribes para darle lugar a ese silencio,
y no para escuchar realmente
lo que dicen las palabras.

Busca sin tregua en ti donde se encuentra
la costura, para verificar como se liga
lo separado.


El espacio puede comenzar desde que una cosa
encuentra un borde.

La voz no cubre el silencio:
lo anuncia.

¿Puede ser que nuestras palabras sean
la única tierra en que uno puede establecerse?


Esa necesidad primera de ser repatriado.

2 comentarios:

Jose-Luis dijo...

!!!Claro, si no, dejarias de ser caotico suceso!!!

Te comparto algunas letras que me reconfortan...

"El hombre vive sólo para aprender. Y si aprende es porque ésa es la naturaleza de su suerte, para bien o para mal.

"Cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que se va a encontrar. Su propósito es deficiente; su intención es vaga. Espera recompensas que nunca llegarán, pues no sabe nada de los trabajos que cuesta aprender.

"Pero uno aprende así, poquito a poquito...mas aqui

Anónimo dijo...

feliz año jaz! y un abrazo fuerte :)

Lidia