Mucha gente llena las iglesias los domingos, yo por mi parte contribuí a llenar la
Sala Nezahualcóyotl, me levanté temprano previendo mi ignorancia de la ciudad y las distancias, era primordial llegar a tiempo, tenía una cita con la OFUNAM y la música mexicana, años sin ir a CU, pero cumplí mi cometido, llegué puntual al Centro Cultural Universitario, aquello estaba lleno de gente y eventos artísticos tanto dentro como fuera de las salas, se parecía a las calles y plazuelas de Guanajuato sólo que con arquitectura del siglo XX por escenario, y ¡qué arquitectura!
Al entrar al recinto lo acostumbrado: taquilla, baños, vestíbulos, acceso a la sala, elección de butaca, lectura del programa de mano, emoción por lo que ya se conoce, excitación por lo que no, primera llamada, segunda llamada, tercera llamada, entran en acción los
dimmers y comienza el ritual: sale el concertino, el oboe da el La, las diferentes secciones afinan, entra el director, saluda, levanta su batuta, y así, de repente,
"Tres piezas para orquesta" de
José Pablo Moncayo se escucha en el recinto (¡y con qué acústica!), el volver a escucharlo me confirmó lo que pienso de él, es todo un maestro de la armonía, la orquestación y el ritmo, sobre todo del ritmo, es una injusticia que sólo sea conocido por su Huapango, pieza excelente pero que no es todo su catálogo, el Huapango es de Moncayo, pero Moncayo no es sólo el Huapango.
Lo que siguió fue algo que no esperaba que me sorprendiera como lo hizo, el estreno mundial del
"Concierto para violín y orquesta de cuerda" de
René Torres fue toda una degustación y disfrute para mis oídos, sorprendente, hermoso, emotivo y viril, este concierto me confirmó lo que sospechaba del violín como instrumento, el violín es brioso, penetrante, vigoroso, febril, el carácter del violín es eminentemente masculino, es la simiente del sonido orquestal, ¡el violín es todo un macho! Los aplausos de los presentes para el concertista, el director, el compositor y la sección de cuerdas de la orquesta fueron tales, que se tuvo que repetir el último movimiento del concierto.
Siguió el intermedio, que dio paso a
“Trenos In memoriam Carlos Chávez” de
Luis Sandi, y después a la cautivadora
“La noche de los mayas” de
Silvestre Revueltas, orgánica, etérea, contextualizada a sonidos y ritmos prehispánicos, donde las diferentes percusiones exceden a los demás timbres orquestales y muestran su supremacía como los sonidos primigenios de la tierra, así como el violín es masculino, las percusiones, como se presentan en esta particular pieza orquestal, son la misma voz de Dios. El cierre del último movimiento fue tan vigoroso, enfático y contundente, que los aplausos afloraron antes de terminar el último compás. Sí, la que más aplausos se llevó fue la sección de percusiones.
Fueron tales los aplausos que el
encore tuvo que llegar, y yo sabía cual sería incluso antes de que el director lo anunciara, sí, el
Huapango de
Moncayo, ¡maravilloso! Los músicos sacaron banderas y las levantaron sobre sus atriles, hasta un chelista se puso un colorido sarape y un violinista hizo lo propio con un paliacate sobre su cabeza, se cerró con broche de oro una gala de música mexicana en la Nezahualcóyotl, al terminar de tocar la famosa pieza de Moncayo, todos los músicos, incluyendo al director, agitaron sus respectivas banderas y gritaron al unísono entre los aplausos que les brindábamos los melómanos asistentes:
¡VIVA MÉXICO! Gracias!!!
p.s. Juan Carlos Lomónaco, director huésped; Cuauhtémoc Rivera, concertista.